2.1.
Los epítetos de Ometeotl como
caracterización de sus atributos esenciales-existenciales
En múltiples cantares y
testimonios (tantos que sería larguísimo dar relación. Digamos: casi en
cualquiera que se examine sobre el tema) aparecen –hermanados al de Ometeotl- diversos nombres alternativos
para la deidad suprema que me interesa concebir en relación al lenguaje
poético.
Básicamente, los títulos
atribuidos al Dios son cuatro, dos referentes a sí mismo y un número igual que
retrata su relación con el Universo y la presencia que en él mantiene. Garibay
y León-Portilla hacen sendos análisis de todos o alguno de esos epítetos[1]
y dan casi siempre buenas razones filológicas para probar cómo la palabra
elegida no es meramente arbitraria sino que dibuja por sí misma todo un
concepto rara vez evidente prima facie.
La lengua náhuatl, con la
facilidad que le da su carácter aglutinante para decir mucho en un solo
vocablo, muestra en esto -de cierta forma- lo dicho en la introducción respecto
al carácter metafórico que comparten la poesía y la expresión filosófica de las
ideas: con bellas imágenes, realmente poéticas,
crea para quien éstas entiende,
nuevas y ricas significaciones gracias a las cuales se clarifican conceptos
hasta entonces impensados.
2.1.1 Ipalnemohuani
Según León-Portilla[2],
Ipalnemohuani es “una forma participial de un verbo impersonal”: nemi, mover o vivir, que se transforma
por ello en nemohua: “se vive”. A
esto se une un prefijo de agente: ipal-
y a la partícula -ni como indicador
de que lo dicho es participio (i.e.,
se es vivido). Así, Ipal-nemohua-ni,
forzando un poco el castellano, se podría traducir literalmente como “Por él se
es vivido”.
Garibay, en sus traducciones a
los manuscritos que contienen poesía náhuatl no duda en verter esto a “Dador de
la vida”. León-Portilla, por su parte, prefiere “Aquel por quien se vive”,
quizá un poco más acertadamente dado que no es necesario que quien haga vivir
sea el mismo que cause ese don. De cualquier forma, para el autor que nos ocupa
ese dios que hace vivir mantiene el universo en movimiento[3].
Pero esto no se entiende
cabalmente sin tener una idea de la imagen náhuatl de ese cosmos que Ipalnemohuani sustenta. León-Portilla
hace, en el capítulo II de su Filosofía
náhuatl, una detallada caracterización que sería
inútil repetir aquí. Trae a colación, no obstante, un poema –del que ya he
citado un fragmento- que bien explicado puede ser la base para comprender
someramente cómo concebían los nahuas el espacio donde desarrollaban su
cultura.
El canto no es otro sino el del
Códice Florentino, lib. VI f. 71v., referido en 2. y que completo
dice[4]:
In teteu inan
in teteu ita, in Huehue teutl,
in tlalxicco
onoc,
in
xiuhtetzacualco in maquitoc,
in
xiuhtotoatica in mixtzatzacualiuhtica,
in Huehue
teutl in ayamictlan,
in Xiuhtecuhtli.
(Madre de los dioses, padre de los dioses, dios viejo,/
tendido en el ombligo de la tierra,/ metido en un encierro de turquesas,/ el
que está en las aguas color de pájaro azul, el que está encerrado en nubes,/ el
dios viejo que habita en las sombras de la región de los muertos, /el señor del
fuego y del año.)
El Universo náhuatl se hallaba,
pues, dividido en tres rumbos: los cielos (el
encierro de nubes y las aguas azules de la lluvia y el mar, que es también agua
celeste), el inframundo (mictlan, la región
de los muertos) y el mundo terrestre (tlalticpac)
en el lugar de cuyo ombligo (tlalxicco)
estaba tendido el Dios Dual que es, a un tiempo, “Madre y Padre” (origen) de
los dioses-fuerzas naturales en continua lucha (recuérdese al famosa Leyenda de los Soles) y que, por tanto,
hace vivir a las cosas. En ese sentido es Ipalnemohuani,
“por quien todo vive”. De acuerdo con el autor que sigo “Ipalnemohuani se refiere a lo que llamaríamos su función vivificante [de
Ometeotl] o, si se prefiere, de
‘principio vital’”[5].
El texto, con todo, no puede
ser completamente explicado con este solo nombre para la Dualidad Suprema. En
él trasluce, además del sentido analizado ahora, otro que apunta a la omnipresencia de Ometotl, el de Tloque
Nahuaque.
2.1.2 Tloque Nahuaque
Substantivación de los
adverbios tloc (cerca) y nahuac (en el circuito de), este nombre
de Ometeotl, con el sufijo posesivo –e indica algo así como “de él lo cercano, de él lo [que está] en el circuito, (cem-a-nahuac o lo-en el circuito
rodeado de agua, i.e., la Tierra)”.
Las traducciones diversas al
término no parecen serle tan fieles: Dueño del Cerca y del Junto, “cabe quien
está el ser de todas las cosas, conservándolas y sustentándolas” (Fr. A. De
Molina), “aquel que tiene todo en sí” (F.J. Clavijero), “el que está junto a
todo y junto al cual está todo.” (Garibay)
Por el canto citado sabemos que
se concebía a Ometeotl como presente
en el mundo (tendido sobre su “ombligo” o centro) tanto como habitante de los
cielos y del mictlan. El Tloque
Nahuaque es, en cuanto “de él lo
cercano, de él lo en-el-circuito” una omnipresencia en los tres rumbos del
Cosmos.
Con su estar, el Dios-Dos
propiamente sostiene todas y cada una de las cosas que en el Universo se
encuentran (desde el sol, la luna las tormentas y las estrellas en los cielos: Citlallatonac, Citlalin icue), como cada una de las ubicadas sobre la tierra y sus
cuatro puntos cardinales. Lo mismo respecto a la región de los muertos.
Decir que Ometeotl lo fundamenta (sustentándolo) todo, tiene en el contexto
náhuatl una implicación interesante. Fundamento es nelhuayotl, enraizamiento, cuyo componente nel- entra también en neltiliztli:
verdad. “Entre los nahuas [esta
palabra] connota la idea de estar firme,
bien cimentado o enraizado”[6].
Si algo está en pie, si algo es verdadero lo es por el ser de Ometeotl en su faceta de Tloque Nahuaque, que está “cabe el ser
de todas las cosas”. Como su presencia es total, todo el Universo (en sus tres
orientaciones) se fundamenta en él. Por ahora -digamos para no ir más lejos- Ometeotl está cercano también a algunas concepciones occidentales respecto
al Ser y en ese sentido quizá
León-Portilla tenga alguna razón en titular su obra de una forma tan
provocadora como La Filosofía Náhuatl.
En todo caso, se ha analizado
ya lo que distinguí como atributos existenciales del Dios Dual; esto es, los
que hacen referencia a su relación con el Universo. Por ellos sabemos que
-dando origen a los otros “dioses”- Ometeotl
mueve el Cosmos. Si como en la obra dicha sugiere el historiador mexicano, los
hijos de la Dualidad no son sino “desdoblamientos”
o “máscaras con que se encubre (su) rostro dual”[7],
y si como afirma el parágrafo 3 de la HMP “ (del principio de la Pareja Divina)
no se supo jamás”[8],
no así de los cuatro Tezcatlipocas que de ella nacen, entonces es
posible pensar que en realidad el desdoblamiento múltiple de Dios no termina
con la creación de sus cuatro vástagos sino que -precisamente como eso, como un
árbol que los da[9]- avanza
paulatinamente hasta alcanzar el último de los entes en cualquier lugar,
convirtiéndose en su principio vital, su movimiento.
Tan ciertamente alcanza la
“acción” de Ometeotl hasta al más
terrenal de los existentes -directa o indirectamente- que en otros lugares de
los testimonios se le invoca también como Tonacatecuhtli-Tonacacihuatl[10] (señor-señora de nuestra carne y
sustento: de nuestra fundamentación se entiende, pero también del maíz que por
la actividad de sus “hijos” se convirtió en nuestro alimento), y Teyocoyani[11]o
inventor de hombres, a lo cual se agrega decir que los niños son enviados
directamente por él al vientre de sus madres[12].
Otras caracterizaciones de Ometeotl, no obstante, nos acercan más a
lo que le es realmente “propio”, lo que se refiere solamente al modo en que es
él mismo: uno es su carácter invisible e intangible (“metafísico” lo llama
León-Portilla abusando del término), el otro, su autosubsistencia, su hacerse a
sí mismo.
2.1.3 Yohualli Ehecatl
De nuevo en la HMP, §7. de uno de
los hijos de la Pareja Divina se dice “ Al
tercero lo llamaron Quetzalcoatl, y por otro nombre Yohualli Ehecatl”, esto
es Noche-Viento. Según León Portilla (op.cit.
p.165 y ss.) aunque este parece ser un atributo de Quetzalcoatl, en el
libro VI de la Historia de Sahagún parece serlo de Tezcatlipoca
(del negro, se entiende). Él aduce, sin embargo un tercer testimonio de otro
lugar de Sahagún en donde se dice que los indios:
“tenían dios a quien adoraban,
invocaban y rogaban, pidiendo lo que les convenía y le llamaban Yohualliehécatl
, que quiere decir noche y aire o invisible y le eran devotos.”
Y aún más, pues encuentra un
fragmento (en el Códice Florentino lib.VI,, f.5r ) donde se equipara a
este Noche-Viento con Ipalnemohuani y Tloque Nahuaque.
León Portilla convierte el
título divino de Yohualliehecatl en
algo parecido a la idea de un dios trascendente (en el sentido de fuera del
mundo material) y no a la que -según yo- aparece en los cantares del Ms.BN y
los RSNE. Para mí (y es ese es el motivo por el que me adelanto a estudiarlo)
Noche-Viento delimita en los cuicatl toda una temática y un sentimiento
cercano al agnosticismo acerca de lo divino: hasta cierto punto el Dios nahua
es incognoscible y eso da origen a algunos icnocuicatl o cantos de privación
en los que me detendré posteriormente.
En mi parecer, el Dios que es
Noche y Viento, i.e., invisible e
impalpable -sea que el epíteto se le aplique directamente a él como Dios Dual o
bien que haya pasado a alguno de sus hijos (a los cuales acordé tratar
como desdoblamientos de lo mismo)- se verá reflejado en los cantares que
estudiaré no tanto como un ser divino que se encuentra más allá del mundo
circundado de agua sino más bien como un “algo” cuyo rostro completo permanece
inaccesible aun después del esfuerzo humano para encontrarlo en la palabra..
2.1.4 Moyocoyatzin
Este último epíteto resulta
importantísimo en aras de la nueva lectura que propongo para los poemas y a
partir de la cual se inauguran preguntas no sólo para los estudios de la
cultura del Altiplano sino también para el pensamiento acerca del discurso
poético y filosófico.
Moyocoyatzin[13] encierra lo que
en castellano puede referirse a la autosubsistencia del ser divino. Con su raíz
yocoya, “que es tanto como ‘hacer, forjar, crear, imaginar, idear’”[14],
el prefijo mo- (a sí mismo[15])
y -tzin
que es una desinencia reverencial, el término que nos ocupa no se aleja,
por lo que parece, de un concepto preferido por nuestra Filosofía: el Ser
subiste por sí, es como el aristotélico “pensamiento que a sí mismo se piensa”.
No es verdad empero que sea
esta Divinidad algo incomunicado con lo que vemos. Como mi lectura de los
epítetos pretende dibujar (no fundamentar en el sentido estricto), Ometeotl Moyocoyatzin está en el
Universo (...tendido en el ombligo de la
tierra, etc.), donde es Tloque
Nahuaque. Gracias a esta omnipresencia suya el mundo vive (Ipalnemohuani) por ser el mundo mismo la
existencia del Dios Dual, ya que -de
ser cierto aquello de las máscaras y desdoblamientos que sugiere León-Portilla-
todo lo que empieza con el antagonismo de los cuatro Tezcatlipocas es
también la Divinidad desdoblada (explicada,
diría el Cardenal Nicolás de Cusa).
Moyocoyatzin, pues, “Señor que
a sí mismo se inventa”, puede significar (y más por el origen clerical de los
testimonios que tenemos) -lo mismo que Noche-Viento e Ipalnemohuani- algo similar a la doctrina cristiana-tomista
respecto al Dios Creador Trascendente y subsistente en sí. No faltaron incluso
quienes, como Fernando de Alva Ixtlixóchitl, intentaron dar occidentalizadas
versiones de la gentilidad náhuatl.
No obstante, cabe también la
lectura “panteísta” de los epítetos divinos[16]
y, en consecuencia, de la Flor y el Canto
en el que constantemente dicha civilización expresó sus ideas al respecto. El
mismo León-Portilla discute el tema en su Filosofía
Náhuatl (172-178) y concluye que panteísmo es un término muy amplio y que
haríamos mejor en llamar a la postura de los antiguos mexicanos una “Omeyotización (dualificación)
dinámica del Universo” (p. 176, énfasis suyo). A pesar de que hasta aquí he
seguido muy de cerca la interpretación que de la cultura náhuatl da el
historiador creo necesario deslindarme ahora de su postura y asumir
-contrariamente a lo mantenido por él- que panteísmo
es exactamente la palabra correcta (con todo y la ambigüedad y vaguedad que son
inherentes al holismo en cualquiera de sus facetas) para designar la visión
náhuatl acerca de lo Divino.
Sólo en la medida (poca o mucha)
en que los pueblos del Altiplano -quienes nos legaron sus cantares por las
manos de sus propios hijos, de los mestizos y de los misioneros- se dan cuenta
de la dosis de panteísmo que impregna su cosmovisión es que -de acuerdo con mi
clave de lectura- se estructuran en temática y lenguaje las piezas de in xochitl in cuicatl que han llegado
hasta nosotros.
Es, después de todo, la
percepción de lo Común uno de los
medios no sólo para hablar acerca de las cosas sino también (y eso parece tema
sugerente de otra investigación) para hacerlo en las formas específicas de
lenguaje poético (similitud rítmica, la “oposición pertinente” de la metáfora,
el esquema acentual y la rima, v.g.)
y de lenguaje filosófico (sobre todo en el plano de la Metafísica, si no de la
actual cuando menos -atinadamente lo estudia Foucault en Las palabras y las cosas- de la postulada hasta el XVII).
La médula de este ensayo es, de
hecho, una derivación de lo dicho en el párrafo anterior: si el discurso (considerado
materialmente) con el cual hablamos acerca de Dios determina nuestro concepto
de él en manera análoga a como nuestro concepto de Dios permea y determina a
todo lenguaje que lo suponga, entonces a cada noción sobre lo Divino
corresponderán determinadas y específicas formas de decir. Un panteísmo como el
que creo descubrir en los nahuas marca profundamente su poesía en los niveles
metatextual y temático y -quizá ocurra sincrónicamente- la forma de decir
acerca de Dios (posibilitada por tales o cuales características de la lengua)
termina dando pie a una idea de éste a la cual se asimila.
Veremos más tarde cómo se da
esto en concreto. Anticiparé por lo pronto que cuando se logra la mencionada
asimilación se tiene ya el cimiento a partir del cual podría establecerse el
sistema holista (quizá el único verdaderamente filosófico) en el que el
discurso pueda pensarse también como un “discurrible”[17],
caso que no obstante nos deja también en un mutismo del que deriva la angustia
o privación que en los cantares de los nahuas tienen también su lugar.
Pertinente sería ahora dejar
hablar a los textos que he seleccionado de entre los Cantares Mexicanos
y los RSNE para ilustrar y probar hasta donde es posible lo que afirmo.
[1] El primero en su ya citada Introducción a los RSNE (op.cit. xvii-xxiii), el segundo en todo el capítulo III de La Filosofía Náhuatl.
[2] Lo sigo en ibid, especialmente. pp. 164-171, aunque trata resumidamente de lo mismo en Los antiguos mexicanos, 144-145.
[3] En el idioma náhuatl, vida y movimiento entran en campos semánticos tan cercanos que la primera se simboliza por el corazón, yollotl, palabra emparentada etimológicamente con ollin, que significa lo segundo. Cf. Los antiguos mexicanos. p. 149.
[4] Citado en La Filosofía Náhuatl. pp. 93 y 332.
[5] Op.cit. p.168
[6] Id. p.386.
[7] Cf. Id. pp. 94 y 174.
[8] En loc. cit. p.23
[9] Esta imagen del Árbol, sobre todo el Árbol Florido Xochicuahuitl que está en el paraíso Tamoanchan, es precisamente una de las favoritas de los poetas nahuas, como habré de mostrar en la sección 3.
[10] Vid. el ya citado lugar de HMP
[11] Historia Tolteca-chichimeca, citada por León Portilla en id. pp. 156 y 344.
[12] Textos de los Informantes de Sahagún, en id. p. 175.
[13] El término aparece en diversos lugares de los RSNE, además de la Historia Eclesiástica Indiana de Fr. Jerónimo de Mendieta. Lo cita León-Portilla en id. p.169: “Y también le decían Moyucoyatzin ayac oquiyocux [nadie a él lo inventó], ayac oquipic [nadie lo formó], que quiere decir que nadie lo creó o formó sino que él sólo por su autoridad y su voluntad lo hace todo”. Recuérdese lo dicho en HMP.
[14] Garibay. Introducción a los RSNE en loc.cit. xviii.
[15] Según León Portilla ibid.
[16]En ésta el inventarse (inventio, descubrimiento de) del Dios (Moyocoyatzin) sería el extenderse sobre el ombligo de la tierra (Tloque Nahuaque) para sustentar las cosas (Ipalnemohuani), desdoblarse en cada una mediante las fuerzas cósmicas de acción perpetua pero permanecer invisible e impalpable para el hombre en la medida en que lo Divino es Todo y no algo distinto ni de lo humano ni de lo que hay en el mundo al que este canta. Eliminada la distancia entre cognoscendum y cognoscens (y más cuando son lo Mismo, como en el panteísmo en general) siempre ocurrirá que lo aparentemente captado se escape a la limitación que supone conocerlo y que nos parezca (por estar demasiado cerca de nosotros) obscuro e inaprensible en su Totalidad.
[17] Hacia allá me parece que apunta el 2.141 del Tractatus de Wittgenstein: Das Bild ist eine Tatsache