2. Ometeotl:
Dios de los “philosophos” y de la Toltecayotl
Con cierta parquedad, el primer
capítulo de la así llamada Historia de los
mexicanos por sus pinturas nos informa cómo en los códices que el relator
tenía a la vista se hallaba representado
Que [los mexicanos]
tenían un dios, a que decían Tonacateuctli [Señor de nuestra carne], el cual tuvo por mujer a Tonacacihuatl [Mujer
o señora de nuestra carne], o por otro
nombre Cachequecatl; los cuales se criaron y estuvieron siempre en el treceno
cielo, de cuyo principio no se supo jamás, sino de su estada y creación, que
fue en el treceno cielo.[1]
Esta “pareja” de
dioses sin principio conocido dará posteriormente origen a lo que para León-
Portilla [2]
son las cuatro fuerzas cósmicas (una de las cuales es Huitzilopochtli-el Sol, dios guerrero y el supremo para los
aztecas, llamado en el §8 de la relación como Omitecutli o Maquizcoatl)
que actúan en el universo en forma de perpetua pugna por la cual lo creado
evoluciona.
Los dos primeros
dioses pronto pueden -no obstante- reducirse a una sola entidad divina dual,
padre y madre de los otros dioses, masculino y femenino que da origen a los
otros como a sus hijos. Para acreditarlo basta un par de textos citados por el
mismo León-Portilla. El primero es el referente al dios del sacerdote Uno Caña,
ya mencionado y que aparece en los Anales
de Cuauhtitlan[3]. Ahí se
llama a ese Dios del Último Cielo “(...)Citlalin
icue, Citlallatonac, Tonacacihuatl, Tonacatecuhtli (...)” nombres los dos
primeros que son tanto como la del
faldellín de estrellas y el que hace
lucir las cosas y epítetos los últimos que coinciden por completo con los
aplicados por la HMP en loc.cit.
El otro es el Códice Florentino (parte de los
materiales de Sahagún para su Historia),
lib. VI f. 71v, donde se llama a este ser divino “Madre de los dioses, padre de los dioses, el dios viejo(...) [In teteu inan, in teteu ita, in huehue teutl]”[4]
Tenemos pues,
suficientes elementos para afirmar la idea náhuatl de un Dios que fue
fundamento (el más primitivo, el más viejo) de todos los otros, empezando por
sus cuatro “hijos”: los dos Tezcatlipocas,
Quetzalcoatl y Huitzilopochtli; sin embargo, también se debe admitir que en los
pueblos del Altiplano más o menos contemporáneos a los cantares que nos
interesan, el culto al dios-Sol no sólo vivía un florecimiento sino que estaba
garantizado por la hegemonía de su ciudad-ministro: la Tenochtitlan de Tlacaelel.
Para salvar la
tesis que propongo (que el lenguaje poético de los cantares se halla en alguna
relación con la divinidad dual) habrá que recurrir a la postura que Garibay y
su escuela mantienen al respecto[5],
por la cual pretenden distinguir la religión popular -la de la mayoría- de la
netamente filosófica y sostenida por unos pocos tlamatinime o sabios
(“philosophos” como los llama Sahagún en el
ya referido Códice Matritense).
A favor de esta
conveniente visión parece apuntar también el testimonio –más cercano al
fenómeno- de Juan Bautista Pomar en el Ms.T (1582). Ahí, según la edición de
Garibay, se dice que:
Lo que sentían algunos
principales y señores de sus ídolos es que sin embargo de que los adoraban y
hacían los sacrificios que se han dicho, todavía dudaron de que realmente
fuesen dioses, sino que era engaño creer que unos bultos de palo y de piedra,
hechos por manos de hombres, fuesen dioses. Especialmente Nezahualcoyotzin, que
es el que más vaciló buscando de donde tener lumbre para certificarse del
verdadero Dios y creador de todas la cosas (...) [6]
De esta forma,
puede sostenerse si no la coincidencia perfecta, sí cierto acercamiento de los
pueblos nahuas del Altiplano con sus antecesores teotihuacanos y toltecas en lo
que a concepciones de la divinidad se refiere. El culto al Colibrí Izquierdo (Huitzilopochtli) podría ser tanto una
variación de las ceremonias originalmente practicadas por los mismos toltecas
(variación motivada, quizá por alguna deidad chichimeca a la que se asimiló el
“hijo” de Ometeotl, y que pronto ganó
más adeptos) tanto como esa religión vulgar que quieren León–Portilla y
Garibay, difundida ampliamente por toda la región gracias a Tlacaelel.
En todo caso, es
claro por lo aducido arriba que no todos los habitantes del Altiplano habían
olvidado (o dejado de descubrir) otra clase de Divinidad menos tangible y mucho
más de acuerdo con la Toltecayotl. No
había –si creemos a Pomar- un abandono total de las creencias en dioses
necesitados de sacrificios, pero a su lado coexistía la inquietud (sobre todo
de los sabios, que eran casi siempre los nobles) por un ser divino
trascendente, refinado, al cual pudieron cantar como “toltecas”, con un
lenguaje poético que manifestara o mostrara su naturaleza dual. Es ese
el Dios que, en su relación con la Flor y el Canto (con la poesía)
interesa a la presente investigación, pero antes será necesario ampliar la
caracterización de Ometeotl para
conocer sus atributos mínimos, cualidades que -si mi tesis es correcta- habrán
de transparentarse también en los cantares que de alguna forma versen sobre el
ser de este Dios.
El análisis de los
epítetos con que se caracteriza a la divinidad suprema pueden (como lo hicieron
para León-Portilla y Garibay, a quienes sigo en este punto) acercarnos más a la
concepción nahua sobre el particular.
[1] I. § 3 La relación la atribuye Garibay al franciscano Fr. Andrés de Olmos. Aunque el original carece de título, García Icazbalceta lo denominó (para su publicación en 1882) de la forma dicha. La cita es según la edición de Garibay en Teogonía e Historia de los Mexicanos (tres opúsculos del siglo XVI), Porrúa, México 1963 p.23
[2] En La Filosofía Náhuatl. Cap. II, especialmente en las páginas 123-127
[3] Loc. cit., como se dijo en 5.
[4] En León-Portilla, op.cit., pp. 93 y 332
[5] En Historia de la Literatura Náhuatl, 1ª parte, p. 133 donde a la letra dice que Huitzilopochtli era “(...) un dios solar, hecho humano para la comprensión de los macehuales imperitos y en el cual acumulan los sabios de Anáhuac [¿de dónde la impropia denominación de la Meseta?] muchos complejos religiosos.”. Para León-Portilla: “La religión popular de los nahuas, no sólo era politeísta sino que en tiempos del último rey Motecuzoma llegó a admitir (...) muchos dioses de los demás pueblos y provincias.” (id. p.137). Los tlamatinime o sabios, por su parte, abundan más bien en la concepción dual y única de lo divino (vid. ibid. 148 y ss.)
[6] RP, §97 en Angel Ma. Garibay. Poesía Náhuatl I, pp.174. Sobre lo mismo vid. tb. Fernando de Alva Ixtlixochitl, citado por León –Portilla en id. p.139.